jueves, 8 de julio de 2010

Los políticos catalanes tienen la culpa

POR BRUNO AGUILERA BARCHET


RECUERDO que de niño mi padre me llevaba de vez en cuando a Barcelona. Guardo de esos días la impresión de un universo donde la vida era refinada, dinámica y agradable. Eran los tiempos en los que Cataluña era el único territorio hispánico europeo y civilizado, con las mejores infraestructuras del Estado. Por eso alguna vez le pregunté a mi padre por qué no nos íbamos a vivir a Barcelona, porque aparte de que me parecía una ciudad mucho más bonita y agradable que Madrid, tenía mar y estaba a dos pasos de Francia, es decir, del mundo libre.

Con el tiempo mi vida siguió su propio camino, y después de dar algunas vueltas por el mundo, acabé sentando mis reales en la Villa y Corte. Para entonces ya había muerto Franco y España se había lanzado en pos de la democracia, con la complicación añadida de que había que resolver la cuestión pendiente del estatus de los territorios históricos, que había tratado de encauzar la República con aquella fórmula tan retórica del «Estado integral» que la Guerra Civil dejó en suspenso. Luego vinieron los excesos unificadores de la dictadura, y tras la muerte de Franco se inició por fin el camino que permitió que Cataluña alcanzase el altísimo nivel de autogobierno del que hoy disfruta. Ciertamente todavía puede irse más lejos y llegar a la independencia, aunque es evidente que aquí topamos con un falso debate, porque la inmensa mayoría de los catalanes no está en absoluto por la labor. Así que esa especie de subasta consistente en ver quién defiende con más ardor la causa secesionista ha llevado al impasse actual, en el que sinceramente desde el resto de España no sabemos cuál es la diferencia entre el derechismo de CiU, el radicalismo de Esquerra o la progresía del PSC. Probablemente porque no lo sepan ni ellos, enzarzados como están en un alarde de excesos verbales que no conducen a ningún sitio y nos hacen recordar la frase de Talleyrand de que lo excesivo es insignificante. Y es que la política catalana de los últimos treinta años parece haberse centrado única y exclusivamente en la recuperación de una identidad que aparentemente, y visto desde fuera, es obvio que Cataluña no ha perdido nunca desde los tiempos de Ramon Llul, o como muy tarde, redescubrió a partir de los tiempos de la «Reinaxença», con Aribau y Verdaguer, Bofarull, Milà y Fontanals, Valentí Amirall, Pompeu Fabra, Rovira i Virgili, Prat de la Riba, Puig i Cadafalch y tantos otros.

Por eso es difícil de entender que la ciudadanía catalana siga tragando con ese marear la perdiz, con temas como la reforma del estatut que traen al fresco a la mayoría de los catalanes, que no se dignaron ni en ir a votarlo, por lo que da la impresión de que en realidad podría no ser más que un pretexto para que ciertos políticos se mantengan en la poltrona. Lo cual quedaría en mera anécdota de mejor o peor gusto de no ser porque esta política monotemática ha hecho que en las últimas tres décadas se hayan descuidado en Cataluña aspectos esenciales de la gestión pública. Como, sin ir más lejos, el de las infraestructuras, situación que aboca a que los propios catalanes, y muchos no catalanes, como un servidor, contemplemos abochornados el espectáculo de los cortes de luz, la parálisis de los transportes públicos, el escándalo del AVE, o el del Carmel, del que por cierto ya no se habla. Qué lejos quedan los tiempos de la Mancomunidad catalana, aquélla cuyo primer presidente fue Enric Prat de la Riba, cuyo primer objetivo fue lograr la modernización de Cataluña con una ambiciosa red de carreteras y teléfonos que convirtió a principios de siglo XX a Barcelona en la ciudad más moderna de España, con diferencia. Hoy, en cambio, Cataluña se resiente de lo contrario, lo cual no es tanto cuestión de dinero sino de cómo se gasta, porque durante treinta años las prioridades de la política catalana han ido exclusivamente por otro camino, aparentemente incompatible con el de la modernización, como demuestra de modo inapelable este colapso en las infraestructuras. Y uno se pregunta desde fuera cómo es posible que el proverbial seny de la inmensa mayoría, no acabe reaccionando contra una situación que empobrece a Cataluña a ojos vista, tanto en sentido literal como en sentido figurado. Un estado de cosas que nos aleja a todos de aquella Cataluña que en vez de encerrarse en sí misma procuraba tirar del carro hispánico. La Cataluña que me llevó a dejarme seducir por la Operación Roca, con la que esperaba sinceramente que la España democrática saliera de la mano catalana de su atraso multisecular.

Así que hoy es el día en que me interrogo por qué a estas alturas el seny no ha despertado la rauxa general. Ese clamor sordo de indignación, cuando no de vergüenza, que siente la mayoría de los catalanes, y de los no catalanes que siempre hemos admirado Cataluña. Que somos muchos. Lo que sin duda responde a que muy pocos se atreven a expresar públicamente su malestar, para no ser tratados de fascistas, españolistas, centralistas y anticatalanistas de una tacada. Y es que una vez más se repite el cuento infantil del rey que iba desnudo, pero cuya desnudez sólo se atrevió a denunciar el tonto del pueblo, que en su sencillez intelectual era el único que decía lo que pensaba. Por eso, asumiendo el papel de simple local, con lo poco que me queda ya de seny a estas alturas, me atrevo a decir que somos cada vez más los que echamos de menos el protagonismo catalán en la nave común. En esa en la que para bien y para mal estamos todos, con nuestras diferencias y nuestras peculiaridades. Un barco que sin el concurso de Cataluña va desde luego a la deriva.
Estoy planificando entradas. A ver si funciona.

miércoles, 7 de julio de 2010

Esto está que arde

Las siete de la tarde del siete de julio y Fernando no nos suelta. No vamos a poder ver perder a españa frente a los teutones. No hay derecho.

No es tan difícil

A que no. Solo se trata de empezar y con el tiempo uno le va cogiendo el gustillo. Es como el comer y el rascar. Vamos a adentrarnos en el mundo de la historia del derecho de la mano de la tecnología. ¿Un lío? No, porque precisamente se trata de ir entendiendo este lío. Seguimos en un rato. Paciencia...

Peligro: solo para currantes

Cuidado. Este blog es un peligro. Solo va dirigido a quienes quieren aprender, trabajar y esforzarse. Los que quieren solo aprobar, abstenerse. Para eso vale con saberse el libro de memoria o hacer unas magníficas chuletas y aprender a usarlas para que no os pille. Si eres tan insensato como para seguir, bienvenido. Bruno Aguilera Barchet